!PELIGRO BURBUJA Y CRISIS ALIMENTARIA!



Por sus manos pasa la mayoría de los alimentos que usted pueda imaginar. Cargill es una de las cuatro compañías que controlan el 70 por ciento del comercio mundial de comida. Mientras el mundo se enfrenta a la mayor crisis alimentaria en décadas, ellos hacen caja ‘leyendo los mercados’… Así funciona.”

Cargill fue fundada en 1865, siete de los descendientes de los fundares que se sientan en el consejo de administración están en la lista Forbes de los más ricos del planeta, con fortunas que rondan los 7000 millones por cabeza, tiene 131.000 empleados repartidos en 67 países, con unas ventas anuales de 120.000 millones de dólares que cuadruplican la facturación de Coca-Cola y quintuplican la de McDonald’s, y sus cuentas superan la economía de Kuwait, Perú y otros 80 países.

Los precios de los alimentos básicos se han disparado en el último año: el trigo, un 84 por ciento; el maíz, un 63, y el arroz, casi un diez; los tres cereales que dan de comer a la humanidad. Son máximos históricos, advierte la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Por encima de los que en 2008 causaron revueltas en 40 países y condenaron a la hambruna a 130 millones de personas. Y los precios seguirán subiendo, pronostica Financial Times. «El coste de los cereales es crítico para la seguridad alimentaria porque es la materia prima de referencia en los países pobres. Si los precios continúan elevándose, habrá más algaradas.»

Las razones son múltiples. Un cóctel de sequías, malas cosechas y especulación. Pero los ganadores son muy pocos. Y entre ellos están las mastodónticas empresas que controlan el comercio mundial de cereales. Cargill ha triplicado sus beneficios en el último semestre y sus ganancias superarán los 4000 millones de dólares, récord alcanzado en 2008 en el río revuelto de la crisis alimentaria. La compañía apostó a que la sequía en Rusia, uno de los grandes productores mundiales, obligaría a Vladimir Putin a prohibir las exportaciones para asegurar el consumo interno. Y acertó. «Hicimos un buen trabajo ‘leyendo los mercados’ y reaccionamos con rapidez», explicó una portavoz de Cargill. ¿En qué consiste esa reacción? En esencia, se trata de jugar al Monopoly comprando cosechas en el mercado de futuros, en ocasiones antes de que se plante una sola semilla. Y moviéndolas de un lugar a otro del planeta, allá donde resulte más rentable.

Las grandes cerealeras basan su poder en el control de las redes de distribución. Silos, almacenes, ascensores de grano estratégicamente situados en los tendidos ferroviarios, flotas mercantes transoceánicas... No poseen la tierra. Prefieren que los agricultores corran el riesgo de perder la cosecha. Si hay abundancia, las compañías hacen acopio y esperan. Si un desastre climático arruina la producción en un lugar del mundo, tienen la capacidad para transportar los excedentes desde otros lugares, por lejos que estén.

Es un juego arriesgado. Rusia, por ejemplo, suministraba a Egipto y otros países árabes. Cargill vio venir el desabastecimiento antes que nadie -por algo tiene un servicio de inteligencia que han comparado al de la CIA: utiliza satélites de comunicación, sensores de clima y un ejército de informadores y ‘ topos’ en los gobiernos- y se adelantó a sus competidores: las también estadounidenses Archer Daniels Midland (ADM) y Bunge y la francesa Louis Dreyfus. Estas cuatro firmas -todas, centenarias, familiares y muy reservadas- controlan en torno al 70 por ciento del comercio mundial. Así que Cargill acaparó trigo de otros productores para colocarlo en los puertos del norte de África y apretó las clavijas en el precio. Negocio redondo. Solo que el pan subió en todo el Magreb y el espectro del hambre se sumó al ansia de libertad. La mecha de la revolución estaba preparada para que Facebook la prendiese.

Para apagarla, algunos países árabes han incrementado sus importaciones de trigo, como Argelia y Arabia Saudí. Ejemplo que han seguido otros gobiernos, como el de México, escarmentado por la reciente crisis de las tortillas y donde grupos de desesperados armados con piedras y machetes asaltan los trenes cargados de cereal y los saquean, a razón de 35 toneladas cada mes. Pero acumular reservas provoca que los precios sigan al alza. Pura ley de la oferta y la demanda. Y la demanda no deja de crecer. Porque la población mundial aumenta y porque la emergente clase media china e india come cada vez más y mejor. Las inundaciones en Australia y Paquistán también han contribuido a que escasee el grano. Las reservas mundiales actuales totalizan 432 millones de toneladas, lo que equivale a solo 70 días de consumo, que bajarán a 64 en primavera.

«Hemos entrado en un terreno peligroso. El precio mundial combinado de cereales, grasas vegetales, productos lácteos, carne y azúcar lleva seis meses consecutivos subiendo y ha superado los niveles del último pánico alimentario. Y todavía hay margen para que se encarezcan mucho más si la ola de calor en Argentina se convierte en sequía, o si Ucrania y Rusia vuelven a tener malas cosechas», explica Abdolreza Abassian, economista jefe de la FAO. El Banco Mundial prevé que los precios elevados se mantendrán al menos hasta 2015. Hay quien va más allá y considera el cambio climático otro factor inflacionario. Algunos expertos estiman que por cada grado que aumente la temperatura se perderá un diez por ciento de la producción agrícola. «La era de los alimentos baratos ha terminado», sentencia Gonzalo Fanjul, de Intermón Oxfam. La cesta de la compra en América Latina ya se ha encarecido un 45 por ciento desde el verano. Y el relator especial de la ONU en derecho alimentario, Jean Ziegler, considera un «genocidio silencioso» que cientos de millones de toneladas de cereal se quemen como biocarburantes.

Con estas perspectivas, que los especuladores entrasen a saco en el mercado de materias primas y hayan convertido la Bolsa de Chicago -el parqué de referencia en materias primas- en un casino donde las fichas son habas, granos y frijoles estaba cantado. Es algo que viene sucediendo desde que estalló la crisis financiera en 2007. La burbuja inmobiliaria y crediticia es ahora una burbuja alimentaria. Según la desaparecida consultora Lehman Brothers, alrededor de 270.000 millones de dólares habrían emigrado de Wall Street a la caza de chollos en los contratos de futuros de Chicago, cuyas ganancias se han disparado un 65 por ciento en el último año. Bancos de inversión, fondos de pensiones y de alto riesgo (hedge funds) se están dando un festín a costa del hambre de millones de personas. Se aprovechan de mecanismos tan sofisticados que les permiten apalabrar compraventas descomunales desembolsando un porcentaje muy pequeño del valor de mercado. «¿Cómo es posible que un especulador pueda adquirir el 15 por ciento de la producción de cacao sin pagar un céntimo para revenderla después?», se preguntaba, escandalizado, el presidente francés, Nicolas Sarkozy.

Hoy, el mundo les pide que estén a la altura de las circunstancias. Pero el negocio es el negocio. Hay un dicho en Argentina: «Bunge le da al campesino crédito, le vende la semilla y le compra el grano. Y cuando la cosecha está lista, le vende la soga para ahorcarse». Por eso, algunos organismos piden que se cree una reserva mundial de grano de la que puedan echar mano los gobiernos cuando haya escasez y que, además, sirva para estabilizar los precios. Porque esta vez, advierte la ONU, además de condenar a millones de personas a no poder llenar el estómago en los países desfavorecidos, todos notaremos en mayor o menor medida las consecuencias de la burbuja alimentaria.

Comentarios

  1. Y tú, ¿qué opinas? porque no encuentro tu aportación...

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  2. Pues en este caso, mi aportación es limitada, pero he resaltado lo que más me preocupa y he recogido la fuente original al final del texto. Mi opinión y mi aportación en este caso es una simple señal, simple pero expresiva. Si se sigue inflando la burbuja alimentaria dentro de poco mucha gente empezara a pasar hambre y el hambre es la semilla de revueltas y revoluciones que cada vez se extienden más y mas cerca nuestra.

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